Cuéntese que hubo un corregidor en una villa. Cuéntese que hubo en el pueblo una riña. Cuéntese que el alguacil, mandado por el corregidor, fue a poner paz a los combatientes. Cuéntese que estos, en lugar de respetar al alguacil, le arrearon cuatro bofetadas y le echaron de allí con cajas destempladas. Y cuéntese que el alguacil volvió al corregidor, mediando entre los dos el siguiente diálogo:
- Señor corregidor, cuando yo voy a una parte en nombre de usía, ¿no represento a usía?
- Sí, hombre sí.
- Y, cuando represento a usía, ¿no soy la misma persona de usía?
- Sí, hombre, sí.
- Y si mi persona es la persona de usía, ¿mi cara no es también la de usía?
- Sí, hombre, sí.
- Y cuando pegan una bofetada en esta cara, ¿no es pegarla en la cara de usía?
- Sí, hombre, sí; pero, ¿dónde vas a parar?
- Señor, es que los de la riña me han dado cuatro bofetadas en esta cara, que es la cara de usía y, por consiguiente, usía ha sufrido también las bofetadas.
Entonces el corregidor, con toda la formalidad que ustedes puedan figurarse, dijo:
- ¡Ahí me las den todas!
J. Martínez Villergas.
Acceso al diccionario de la Real Academía de la Lengua